Llegó el momento. El grupo estaba completo. Por fin, la Familia Nazaret unida (físicamente como en espíritu) en Roma. Los reencuentros, emotivos como siempre, y algún que otro "¡Anda, si te has cortado el pelo! Te queda mejor así". Solo quedaba tiempo para cenar algo e irse al sobre a descansar. Nos esperaban días intensos. Muy intensos.
El sol salía por el este, como siempre, señal de que nuestro día empezaba. Todo estaba perfectamente cuadrado para ir con tiempo. Pero, como siempre, nunca se cumplen los horarios. Que si los dineros, que si los cafeses, que si tal y cual, y esto y aquello... Total, retrasos everywhere (el primero el de un servidor).
Hora de coger el b... ¿¡Cómo!? ¿¡Qué el 223 no pasa fines de semana ni festivos!? Adiooooooooos. A hacer transbordos pues. Del bus al tranvía. Del tranvía al metro. Del metro al bus. De este a otro bus. De nuevo al tranvía. Un nuevo bus. ¿Metro ahora? ¿Tranvía? ¿Metro? Vale, estamos. A patita, que tenemos muchas cosas por ver y por aprender. Y, ante todo, mucho por andar. Perdón: ¡correr! Suerte que algunos ya veníamos con la costumbre de serie, pero empezaron a salir apuestas sobre quién era el primero que se quejaría y cuándo. Siento decirlo, nadie acertó.
Santa María la Mayor, primera parada, y con carrera popular incluida. Santa Prassede. San Pietro in Vincoli (con el Moisés del amigo Miguel Ángel). La Sta. Croce in Gerusalemme, uno de los lugares más significativos y una de las experiencias más intensas que he podido vivir. San Juan de Letrán, esa monstruosa a la par que hermosa basílica.
¡Viva la virgen de Rus! Quién lo diría, que hasta en Roma nos encontramos con San Clemente. Y tan cerquita del Coliseo. Próxima estación: la máquina de escribir (nombre "cariñoso" que recibe el monumento a Vittorio Emanuele II), previo paso por los Foros y el Campidoglio. De ahí a la iglesia del Gesù, momento para la oración, tiempo libre y cerveceo.
Cena. A dormir. Adiós viernes. Hola sábado. ¡Que nos vamos al Vaticano! Y con la misa allí, ¡qué emoción! Hasta que los trajeados empezaron con ese je ne sais quoi cual moscas. "Per favore: no foto, no video. Grazie". Toooooooooodo el santo día igual. Suerte que algunos nos hicimos un poco los suecos y fuimos más listos que el hambre (no me juzguéis por ello, que muchos de vosotros seguro que también lo hacéis). Qué decir de San Pedro que nadie sepa ya. Podría escribir páginas enteras de este templo tan maravilloso. Mas ahora me quedaré con "La Pietà" y la visita a la cúpula. ¡Dentro vídeo!
"Error 404: Video not found. Talk with the cat for them. Miau."
Y como no, volvemos a la carrera para llegar a los Museos Vaticanos. Qué desastre... Pero pudimos entrar. Y hacer fotos. Y hacer fotos. Y hacer más fotos. ¿A la Capilla Sixtina? Por supuesto. Aunque hubo tiempo para otras bellezas tales como el Laocoonte o unos calzoncillos de Jake el perro. Las casi tres horas que estuvimos se quedaron cortas para algunos, yo incluido, con tanto arte junto. Awesome.
En ese momento empecé a darme cuenta que el viaje llegaba a su fin en breves, y aun con todo el cansancio encima hicimos de tripa corazón y disfrutamos del momento. Carpe diem, unas pizzas y a San Pablo Extramuros. ¿Última parada? Todavía no. Aún quedaba el Trastevere, el barrio más clásico, el más rústico, el más romano. Cena "en comunidad" y de nuevo al descanso nocturno. Bueno, descanso descanso, lo que se dice descanso, lo justo para aguantar un día más. Había que disfrutar del tiempo libre que bien nos merecíamos.
Domingo, día del Señor. Esto se acaba. ¿Y qué hacemos hoy? Vámonos a ver las catacumbas de Santa Priscila, a que los claustrofóbicos lo pasen mal. "¿A las catacumbas? ¿El domingo? ¿Por qué no fuisteis al Ángelus?" Sinceramente, muchos preguntaron y a todos, la misma respuesta: no lo sé. Un misterio que seguirá sin resolverse...
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