martes, 4 de octubre de 2011

A pique el portaaviones

"Suena el despertador. Te levantas otro día más. Alegre. Contento. Emocionado incluso por el nuevo día que se te presenta. No te importa que el sol todavía no halla salido, eres feliz nada más salir de la cama.

Duchita rápida con agua caliente. Haces la cama como buenamente puedes y recoges un poco la habitación. Todo perfecto.
Hora del desayuno. Un zumito de naranja, vasito de leche con Cola-Cao y dos tostadas untadas con mantequilla y mermelada de fresa. Fuerzas repuestas y recuperadas, ya tienes energía para aguantar un día más de clase.
Empieza la jornada universitaria, tan dura como siempre. Los profesores dictan, tú tomas apuntes. Misma rutina todos los días. Y tras ese horrible sufrimiento a casita otra vez, quizá más desganado que antes, pero sigues motivado.
A comer. Coge cuchara, cuchillo y tenedor, un vaso, dos o tres servilletas y un par de trozos de pan. Lo depositas junto a los platos en la bandeja y te sientas. Rapidamente te santiguas y das el primer bocado. Comes a un ritmo acelerado, casi engullendo. Con el estómago lleno recoges la bandeja. Ya te cuesta algo más moverte y tu sonrisa empieza a borrarse de la cara.
Tarde de estudio. O de descanso. Incluso de deporte. Al fin y al cabo tarde ajetreada que te va desgastando lentamente desde dentro. Empiezas a analizar más lo que haces controlando los impulsos. Tu ánimo se desploma prácticamente por los suelos.
Llegas a a cena, quizá por costumbre, no por otra cosa, y se repite lo mismo de la comida. No hablas con nadie, solo te centras en acabar cuanto antes.
Y al final del día de nuevo en la cama. Se cierra el ciclo que empezó hace muchas horas. Momento de reflexión. Has empezado el día con un ánimo bien alto pero a medida que ha avanzado ha ido cayendo, poco a poco.
¿Por qué? Quién sabe. Mañana será otro día..."

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